Ellos caminaban junto al laberinto cotidiano del ser, advertían cada milésima de segundo y hacían un planeamiento metafísico sobre la rutina del viaje. Lo que no pudieron prever los lóbulos oculares en cuestión, fue la caja física donde estaban depositados y que eran manipulados por el loco idealista que les enseñaba sobre que o quien fijar la atención: la subjetividad humana llamada corazón.
Autora: Adriana Comán