Había una vez una mesa, un sable o una escritora llamada Carla; quien empezaba todas sus obras de la misma manera, pero ¿dónde se iniciaba verdaderamente la narración o el poema? Parece que en el lápiz porque ya no creía en la herramienta primera del arte de la palabra: la imaginación. Ya no recordaba las cosquillas cerebrales que le causaban tanto placer en la mágica aventura de leer. Culpó a la gramática, al estilo, a la pragmática, a la lingüística, a la semántica, a las dichosas licencias literarias. Dejó de conquistar al tiempo, de quitarle un grano de arena de ficción, de creatividad; abandonó la lectura y pudo por fin encontrar al asesino despiadado de sus obras, se dijo:
-¡Son esas estructuras fosilizadas!-
Aún no se sabe nada de Carla, salvo que es un fósil de la escritura encerrada en su caverna con una luz tenue y un gran basurero a donde van a vivir sus grafías.
Autora: Adriana Comán
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