Lucía insistió, fue por más: primero un zamarreo, luego un estruendoso cachetaso y finalmente una patada en el trasero. Nada seductor para una dama.
-¡Qué patético que sigas aquí desgraciado infeliz!-, era el estribillo de Lucía.
A Octavio nada de esto le aterraba, es más lo seducía convivir con ese canto del que se había enamorado hace veinticinco años atrás.
Autora: Adriana Comán.
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