Detrás de cada caluroso atardecer se
encierra el deseo profundo, vago del regreso lúgubre, intempestivo del marido
que se fue a recorrer aventuras por caminos sinuosos, sin ningún motivo
verdadero. Tal vez por la cotidianidad de un contrato conyugal finalizado
aunque vigente en la materialidad de la
letra legal, y yo la mujer casada, la que espera veinte años el día en que me
consagre en la más pura y fiel de todas ¿Qué perversidad? ¿Acaso el abandono no
es una violencia de género? Tendré que soportar el acoso callejero, las
impudicias verbales, la castración para ser el modelo de mujeres. Esconder las
miserias femeninas y humanas a la vez, mientras mi marido vaga por las camas de
las trabajadoras sexuales.
¡Mejor no regreses: el divorcio ya se ha
creado y quedas liberado! Reflexionó Patricia al momento que tejía una carpeta debajo del lapacho en la
interminable espera.
Adriana Comán.
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